2024 coincide con el 25º aniversario del galardón “Zaragoza, ciudad de la paz” que le fue concedido por la UNESCO en 1999. De nuevo, la ciudadanía, al margen de sus instituciones, ha de “armar” un movimiento que contenga la barbarie de la avaricia, de las matanzas, del cinismo, del atropello de unos pocos a la inmensa mayoría. De nuevo, los y las ciudadanas han de constituirse en plataforma que exija a quienes se dicen llamar sus representantes, algo tan esencial, tan de progreso, tan humano −si es que a esta especie que se le llama “sapiens” se le concede el beneficio de la duda− como es parar las guerras y construir la paz.
Los diarios de Naciones Unidas nos dicen que existen, al menos, cincuenta y cuatro conflictos en el mundo a los que se les puede llamar, sin ambages, guerras. Todas ellas con el mismo paisaje: la ambición, la hipocresía, los deseos de privilegios de unos pocos, de poderosos prevaleciendo a costa de muertos, destrucción y violaciones de todo tipo de la inmensa y desgraciada mayoría.
Entre ellas, dos son las más preocupantes. Por su alcance, por su número de muertos, por su número de desplazados y refugiados, por el traspaso de cuantas líneas rojas parecían ser imposibles de traspasar y, sin embargo, taladradas: las guerras en Ucrania y en Palestina.
Dos conflictos en los que los causantes, los sostenedores, los azuzadores son los mismos. También lo son en buena parte de los otros cincuenta y como fondo, oscuros negocios para ganar más dinero unos pocos poderosos y las empresas que comercian, fabrican, venden armamento. Por encima de todo, los Estados Unidos de América en una especie de supervisión imperial.
Dos conflictos cuyas dimensiones son tales, que la idea de que cualquiera de ellos pueda alcanzar la tétrica categoría de mundial es verosímil, tanto que asusta a cualquier persona de buena fe.
Pero a ellos no. A los pocos miles de personas que se creen por encima de todo el resto, a esos pocos miles que lo que de verdad les importa es la subida o bajada del petróleo “brent”, el grosor de sus bolsillos o el mantenimiento de sus privilegios, en vez de la muerte o sufrimiento de miles de sus semejantes, no, a ellos no les importa.